jueves, 25 de abril de 2024

El principal valor de la sociedad es la persona humana

 


Escribe: Dante Bobadilla Ramírez

La reciente muerte de la activista Ana Estrada, dejada morir en cumplimiento de una sentencia judicial que le reconoció ese derecho, volvió a desatar las iras santas de nuestra cucufatería, quienes salieron furiosos a arrojar piedras sobre el cadáver de Ana Estrada, llenádola de maldiciones e imprecaciones por haber osado decidir su muerte contraviniendo la voluntad del Creador, y burlándose además del "derecho a una muerte digna", la que consideran que no existe ni debe existir porque "la vida es sagrada" y "solo Dios puede decidir sobre la vida". Esas eran más o menos las razones (si puede llamarse así al delirio y fanatismo religioso) que exponían en sus rabietas.

Esto ya es una eterna discusión. No es el primer caso de este tipo aunque sí el primero en el Perú, y tampoco será el último, ya que en la misma situación se encuentra María Benito, otra enferma incurable que está luchando por una muerte digna. Sentado ya el precedente judicial, y contando con un protocolo médico para asistir en estos casos, deberíamos dar el siguiente paso para formalizar este derecho, aunque lo veo difícil considerando el peso que la cucufateria religiosa tiene en el Congreso, y no solo en los partidos de derecha y centro. Hay cucufatería religiosa también en las bancadas de izquieerda. La religión es una peste que se esparce igual de izquierda a derecha. 

Realmente yo no encuentro tema de debate frente a algo que es la libre decisión personal de alguien a morir. ¿Por qué habría que contradecirlo? Todo lo que veo son excusas bobas como "¿por qué van a usar mis impuestos en matarla?" o su variante "si quiere matarse que lo haga sola y con su plata". Esas son las "razones" que invocan los "defensores de la vida". Es decir, les importa más el costo de la eutanasia que el derecho de una persona a morir. No quieren reconocer ese derecho. Para la cucufatería nadie tiene derecho a renunciar a la vida, aunque su vida se haya degradado al nivel de un calvario permanente de dolor, penurias y limitaciones que convierten al ser humano en despojo. Hay que obligarlo a vivir ignorando su voluntad. Esa es la postura irracional de la cucufatería porque su valor principal es "la vida" y no las personas..

Por supuesto que el costo de una eutanasia en infinitamente menor que el de mantener vivo a un despojo humano solo para que siga sufriendo. Existe en medicina el concepto de "encarnizamiento médico" para definir la obsesión de los médicos por mantener vivo a un paciente al que no se le puede curar, una situación que viene siendo ampliamente debatida en la ética médica. ¿Es ético prolongar artificialmente la vida cuando el paciente ya no tiene más posibilidad que la degradación de su salud y el sufrimiento constante? ¿Qué moral nos obliga a condenar a un ser humano al dolor y el sufrimiento permanente? ¿Y, sobre todo, qué clase de moral nos obliga a desoír su deseo de morir? ¿Es esa la "moral cristiana"? 

Otros cucufatos alegan que no se le puede obligar a un médico a matar. ¿Pero acaso sí se le puede oblgar a mantener con vida (apelando a artificios mecánicos y procedimientos costosos) a un paciente que ya no tiene ninguna posibilidad de cura sino de degradación constante en medio del dolor y el sufrimiento? ¿Qué derecho le asiste a un médico para obrar de esa manera? Su labor es curar, no mantener con vida artificial a alguien solo para hacerlo sufrir. Si no puede curar, la labor del médico ha terminado.

No hay nada más importante que el respeto a la persona. Eso implica el respeto a sus decisiones personales. No es "la vida" el valor más importante sino la persona humana. Eso de sobreponer a "la vida" por encima de la persona humana concreta es algo muy peligroso que resulta de un fanatismo religioso obtuso y ciego. Son las personas las que cuentan en este mundo. Cualquier seudo valor que se sobreponga a las personas es una peligrosa impostura ética que puede llevarnos incluso a los extremos de anular nuestra capacidad de compasión, convirtiéndonos en crueles dueños de la vida ajena solo para satisfacer los valores abstrusos de dichas imposturas éticas, mientras se pisotea la dignidad humana. Ninguna secta de chiflados debe tener el poder de imponernos sus "valores" colectivistas iluminados a los ciudadanos libres. Solo la persona humana cuenta. Y solo el respeto a la persona humana, a su integridad y decisión individual debe guiarnos como principio de convivencia civilizada.